Este famoso dicho sigue siendo tan certero como la primera vez que se enunció. Tan cierto es que somos humanos, como cierto es que hemos errado desde siempre.
Lo cierto es que, a pesar de ser un hecho muy común, es algo a lo que la mayoría no nos acostumbramos, y hasta huimos de ello. Muy pocas veces he escuchado yo las palabras “me equivoqué”, salir de la boca de una persona que admite que ha cometido un error. La mayoría de las veces decimos excusas en vez de perdones, o terminamos echándole la culpa a un tercero por nuestra torpeza.
¿Cuál podría ser la razón de que se nos dificulte tanto pedir perdón?
Según la psicología, una explicación puede ser la llamada “disonancia cognitiva”. Esta consiste en “lo que sentimos cuando el concepto que tenemos de nosotros mismos (soy inteligente, soy amable y estoy convencido de que esto es verdad) se ve confrontado por el hecho de que lo que hicimos no fue lo mejor, que lastimamos a otra persona y que esa creencia no es verdad, según Tavris (2007)”. (Wong 2017, parr. 4)
Es decir, cuando un error que hemos cometido va en contra de la creencia que tenemos de nosotros mismos. Por ejemplo, si hemos mentido, pero siempre nos hemos considerado personas honestas, esto crea una disonancia cognitiva que nos genera gran incomodidad. Así que, para acabar con esa sensación extraña, decidimos negar que lo hemos hecho.
En un interesante estudio Okimoto, Wenzel y Hedrick (2012) descubrieron que las personas que se rehúsan a aceptar sus errores tienen mayor autoestima que las que sí se disculpan. Osea, que no aceptar que se equivocaron les genera poder y aumenta así su autoestima, al menos momentáneamente. Además, estas personas perciben una mayor sensación de poder y control al no aceptar que se equivocaron.
En un sentido, la persona que se disculpa entrega poder al que se ha rehusado, pues le provee la sensación de tener la razón, lo cual le permite sentirse instantáneamente seguro y empoderado.
Sin embargo, esta sensación es pasajera. Al final podríamos regocijarnos por tener la razón, pero podríamos encontrar que en nuestro camino de no querer admitir que también nosotros nos equivocamos, dejemos tras de nosotros un camino lleno de heridas y dolor. Es decir, al precio de triunfar cada vez, vamos alejando a las personas y quedándonos solos con nuestra razón.
¿Qué podemos hacer?
El primer paso sería el hacernos conscientes de nuestra “disonancia cognitiva”. Debemos ir más allá y analizar nuestro comportamiento. ¿A qué creencias nos estamos aferrando? ¿Qué justificaciones utilizamos cuando nos equivocamos?
Al comprender nuestra forma de pensar, nos podemos dar cuenta de que las ideas y creencias en las que nos basamos no justifican que nos neguemos a admitir que hemos cometido un error.
Como mencionábamos hace unos párrafos, puede que nos hayan servido para salvarnos de las consecuencias de nuestros actos, o que nos hagan sentir momentáneamente bien, pero en el fondo sabemos que no hemos obrado bien.
Admitir nuestros actos, sin intentar justificarlos, nos acercará a las personas. Nos encontraremos ante una nueva situación, en la que podremos aprender de las situaciones.
Como decía James Joyce “las equivocaciones son los portales del descubrimiento”. Al considerarlas como maestras, ganamos en aprendizaje, en carácter y valentía.
Aprender de los errores es aprender a vivir. Porque gracias a ellos crecemos y mejoramos, siempre y cuando seamos humildes en admitirlos y en pedir consejo cuando así lo requiramos.
Bibliografía:
Okymoto, T; Wenzel, M; Hedrick, K. (Noviembre, 2018). Refusing to apologize can have psychological benefits (and we issue no mea culpa for this research finding). European Jorunal of Social Psychology, 22-31. Recuperado de: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1002/ejsp.1901
Wong, K. (23 de mayo de 2017). ¿Por qué es tan difícil aceptar nuestros errores? The New York Times, párr. 3,4. Rercuperado de: https://www.nytimes.com/es/2017/05/23/espanol/por-que-es-tan-dificil-admitir-nuestros-errores.html
Fotografía por Sarah Kilian en Unsplash